lunes, 14 de enero de 2008

GRAN FIESTA EN ASTURIAS



bajando el sella

martes, 1 de enero de 2008

COMO SE CREO LA VIA LACTEA






MATXULI, VISTA PICOS DE EUROPA#links

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El gato que no sabía que era un gato

Hace muchos, muchísimos años, cuando existían animales que sabían hablar, ocurrió que nació un gato cerca de la granja de Pepe. En aquella granja había muchos animales que Pepe, el granjero, cuidaba con la ayuda de su mujer, Teresa.
El pobre gatito tuvo la mala suerte de quedar tapado por una hoja que había caído de un árbol y, cuando su madre recogió a sus hermanos para llevarlos a un lugar más tranquilo y seguro, a él no lo vio; como los gatos nacen ciegos, él tampoco pudo ver a su madre y hermanos. Así, el gatito quedó solo en el mundo y pasó mucha hambre hasta que Pepe lo encontró al lado del camino que conducía a su casa, y se lo llevó con él para cuidarlo.
Cuando el gato por fin pudo empezar a andar por la casa, lo primero que escuchó fue a Teresa que llamaba: "¡Pepe, Pepe! ¡Ven aquí un momento!". Y el pobre gato fue corriendo porque pensó que Pepe era él. Y siempre que alguien llamaba a Pepe, allá iba él corriendo, pensando que lo llamaban.
Como no había conocido a nadie más que a Pepe, Teresa, el cartero y algunos hombres que trabajaban en la granja, el gatito pensó que él también era una persona. Pero pronto empezó a tener problemas en la casa: como creía que era un hombre, quería comer a la mesa con los granjeros y claro, ellos no lo dejaban. Tampoco le permitían dormir en una cama, y cada vez que intentaba ponerse un calcetín de Pepe, el granjero o Teresa le reñían. El gatito no entendía por qué.
Hasta que un día se vio reflejado en un espejo. Él ya sabía lo que era un espejo porque había visto a Pepe y Teresa usarlo para mirarse cuando se peinaban, para ver si iban bien arreglados... pero nunca se había visto a sí mismo reflejado en uno. Cuando por fin se vio, comprendió que no era una persona. Pero, ¿qué sería? Se miró y remiró largamente en el espejo: tenía cuatro patas y no pies y manos como la gente, un rabo muy largo y el cuerpo cubierto de pelo. . . No, decididamente nunca había visto a nadie como él.
Así fue como el gatito decidió ir a dar un paseo por la granja para ver si se encontraba por allí con alguien que se le pareciera.
Nada más salir de la casa, lo primero que vio fue a un cuervo, negro como la noche, que venía volando y se posaba en la rama de un árbol. Le pareció estupendo aquello que había hecho en el aire y desde el suelo le preguntó:
- ¡Eh tu!, ¿Quién eres?- Yo soy Jacinto, el cuervo. Soy un pájaro. ¿Y tu?- ¿Yo? Yo soy Pepe y soy un cuervo también.
Naturalmente, a Jacinto le entró un ataque de risa. Había visto muchos pájaros en su vida y algunos muy raros, pero ninguno que se pareciera tanto a un gato.
- ¿Estás seguro de que eres un cuervo?
- ¡Claro! - contestó Pepe que en realidad no estaba nada seguro.
- Pues ven aquí y volaremos juntos un rato.
Pepe, el gatito, salió corriendo y subió al árbol, porque los gatos si saben subir por los troncos de los árboles. Pero cuando intentó volar por encima del tejado de la granja, haciendo lo que Jacinto le había explicado, ¡PLOFF!, se cayó con las cuatro patas en el suelo. Jacinto, en la rama del árbol se moría de risa y a Pepe le dio tanta rabia que se marchó de allí muy enojado, con el rabo muy tieso.
Evidentemente, tampoco era un cuervo, ni ningún otro pájaro, porque no tenía alas, que era con lo que volaban según le había dicho Jacinto. Así que siguió andando, intentando encontrar a alguien que se le pareciera. Al poco tiempo, al pie de otro árbol, había un animalito con algo en la boca. Pepe se acercó muy contento. Tenía cuatro patas y una cola muy larga.
- ¡Hola!, ¿Quién eres? - preguntó Pepe.
- Hola. Soy Fina, la ardilla, ¿y tú?
- Yo soy Pepe... y también soy una ardilla.
- ¿Estás seguro de ser una ardilla?
- ¡Pues claro!
- Entonces, ayúdame a llevar esta comida hasta mi casa. Es el agujero del tronco de ese árbol. Luego, si quieres, te invito a merendar conmigo.
Pepe y la ardilla cogieron las nueces y castañas con la boca y las llevaron hasta la casa de la ardilla. Cuando llegaron arriba, Fina dijo que ya podían empezar a merendar y se puso a comer castañas. Pepe quiso hacer lo mismo pero, claro, los gatos no comen castañas y mucho menos nueces, y se lastimó los dientes y no le gustó nada aquella comida.
- ¡Puaj! ¡Qué asco!
- ¿Cómo que qué asco? ¡Es comida!
- ¡Pues a mi no me gusta nada esta comida!
- Porque yo no me creo que tu seas una ardilla. Desde luego, eres muy raro. Y si no te gusta mi comida, ya te puedes marchar de mi casa y dejarme comer tranquila - respondió Fina muy enfadada.
Pepe bajó del árbol. No sabía muy bien qué hacer. No era una persona y no podía vivir como la gente, no era un pájaro y no podía vivir en un nido, no era una ardilla y no podía vivir en el tronco de un árbol...
Un poco más adelante, Pepe se encontró con otro animal que hacía unos ruidos muy extraños y metía la boca en el suelo, como buscando algo. Pepe se acercó a él y le preguntó:
- ¿Quién eres tú?
- Soy Tucho, el cerdo, ¿y tú?
- Yo soy Pepe, y soy un cerdo también.
- ¿Tú un cerdo? ¡Eres un cerdo bien raro! ¿Quieres venir conmigo a ensuciarte en el barro?
- ¡Vamos! - dijo Pepe que no tenía ni idea de lo que era lo que quería hacer el cerdo.
Pero los gatos, aunque no les gusta demasiado el agua, son muy limpios, y lo que menos les gusta es ensuciarse de barro. Así que al llegar a la charca particular de Tucho, Pepe metió la puntita de una pata en el lodo y le dio muchísimo asco. Cuando Tucho lo salpicó con las patas y el hocico, de la repugnancia que le dio se le pusieron de punta los pelos del lomo y el rabo tieso.
- ¡Vamos, Pepe! ¡No seas un cerdo tan limpio! ¡Ven a bañarte!
- No, Tucho, lo siento. No sería capaz de meterme en el barro contigo. Perdona, creo que no soy un cerdo tan cochino como tú.
- A mí ya me parecía que tú no eras un cerdo. Adiós, Pepe. Y si cambias de idea y decides ponerte bien sucio, ya sabes donde hay una buena charca.
- Sí, Tucho. Muchas gracias. Adiós.
Pepe continuó buscando por la granja. Un poco más adelante se encontró con un animal muy grande, muy negro y muy fuerte. A Pepe le pareció precioso y se acercó a él.
- ¡Hola! ¿Quién eres?
- Soy Pedro, el toro. ¿Quién eres tú?
- Yo soy Pepe y soy un toro también.
- ¿Tú, un toro? - preguntó Pedro echándose a reír.
Pepe ya estaba harto de no saber quién era y de andar de acá para allá y de que todo el mundo se riera de él. Así que le dijo a Pedro que estaba completamente seguro de que era un toro. El toro Pedro, muy serio, le dijo: "¿Ah, sí?, Pues ¡intenta hacer esto!", y salió corriendo a toda velocidad por el prado dándole con los cuernos un golpe terrible a un árbol, que quedó moviéndose de un lado a otro. Pepe ni lo pensó. Salió también corriendo y golpeó al árbol... ¡y se dio un topetazo tremendo en la cabeza! El toro Pedro se partía de risa. Entonces le explicó que aquello que tenía en la cabeza, además de un chichón que se acababa de hacer, eran dos orejas, no dos cuernos. Además los toros comen hierba y seguro que a él no le gustaba. Era cierto, sólo la comía cuando tenía la lengua llena de pelos, después de lavarse, o cuando le dolía la tripa, pero comer hierba no le gustaba. Así que tampoco era un toro... Pepe se despidió de Pedro muy triste, porque le habría encantado ser un toro grande, fuerte y negro como él, y se marchó de allí.
Pepe ya no sabía que hacer. Empezaba a pensar que era un bicho raro y que nunca encontraría a nadie que se le pareciera. Pero cuando ya pensaba que tendría que acostumbrarse a la idea de vivir solo, oyó que alguien decía cerca de él:
- Miau, miau. . .
- ¿Quién eres?
- Soy la gata Calixta. ¿Tú, cómo te llamas?
- Yo, yo... yo soy Pepe, el gato.
Y Calixta no se echó a reír, ni lo miró como a un bicho raro como habían hecho los demás animales. Entonces, Pepe miró bien a la gata. Tenía cuatro patas, el cuerpo cubierto de pelo, los ojos almendrados, una cola larga y hablaba exactamente igual que él. Todo igual que él. Entonces sí, entonces él era un gato.
Calixta y Pepe decidieron quedarse a vivir juntos en la granja y tener muchos gatitos. Y cuando los gatitos crecieron y salían de paseo por la granja y los otros animales les preguntaban quiénes eran, ellos contestaban lo que su papá les había enseñado:
"Somos Tino, Catalina, Claudio y Camila y somos gatos".


LA SIRENITA


Había una vez...
...Un hermoso lugar, en lo más profundo de los mares donde el agua es pura y transparente como el cristal, y en ella abundan las plantas, las flores y los peces de formas extraordinarias.
Allí existía un esplendoroso palacio que pertenecía al Rey de los Mares. Estaba realizado de coral y de caracolas y adornado con perlas de todos tamaños, estrellas y esponjas, y allí vivía el rey junto con sus seis lindas hijitas.
Sirenita, la más joven, además de ser la más bella, poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusa al oírla dejaban de flotar. La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas. "¡Oh!, ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!" "Todavía eres demasiado joven". Respondió la madre. "Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para salir a la superficie, como a tus hermanas". Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso jardín ornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondían a su llamada. Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor. "¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres, Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias!" Apenas su padre terminó de hablar, Sirenita le di un beso y se dirigió hacia la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla. De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer . El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de bienvenida. "¡Qué hermoso es todo!" exclamó feliz, dando palmadas. Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. "¡Cómo me gustaría hablar con ellos!". Pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: "¡Jamás seré como ellos!". A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores: "¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!". La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón. La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. Sirenita se dio cuenta enseguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida. "¡Cuidado! ¡El mar...!" En vano Sirenita gritó y gritó. Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió. Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe lo tuvo en sus brazos. El joven estaba inconsciente, mientras Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo. Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar. "¡Corred! ¡Corred!" gritaba una dama de forma atolondrada. "¡Hay un hombre en la playa!" "¡Está vivo! ¡Pobrecito! ¡Ha sido la tormenta...! ¡ Llevémosle al castillo!" "¡No!¡No! Es mejor pedir ayuda..." La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas. "¡Gracias por haberme salvado!" Le susurró a la bella desconocida. Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella y no la otra, quién lo había salvado. Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos! Cuando llegó a la mansión paterna, Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en su garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza, porque ella, Sirenita, nunca podría casarse con un hombre. Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla. "¡...por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor." "¡No me importa" respondió Sirenita con lágrimas en los ojos, "a condición de que pueda volver con él!" "¡No he terminado todavía!" dijo la vieja." Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola. "¡Acepto!" dijo por último Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera. Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído. "No temas" le dijo de repente,"estás a salvo. ¿De dónde vienes?" Pero Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle. "Te llevaré al castillo y te curaré." Durante los días siguientes, para Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio. Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa. Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de Sirenita. La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo. Al caer la noche, Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta. Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas." Como en un sueño, Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma. Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y, Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!" "¿Quienes sois?" murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz "¿Dónde estáis?" "Estas con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos." Sirenita , conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras las hadas le susurraban: "¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! Tenemos mucho trabajo. ¿Quieres ayudarnos? -¡Claro que quiero! -gritó con alborozo la sirenita.
Y calmada, contenta, ligera, se lanzó en seguimiento de las hijas del aire

UN BARCO A LA DERIVA

Soy un barco a la deriva,solitario, sin rumbo, mi botadura fué hace setenta y un años, Mis singladuras las realizaba junto a una flotilla entrañable,constituida por una goleta y cuatro embarcaciones de variable calado. Hace tres años,en mi casco detectaron una corrosion, como era maligna,los expertos tuvieron que cortar y sanear.A pesar de que el tratamiento fué muy agresivo volvi a navegar con mi flotilla,pero transcurrio un año volvieron a detectarm otra corrosión a babor.Cuando sali del dique seco, trate de proseguir la singladura con la flotilla,pero la goleta habia decidid separarse y navegar por su cuenta.
Acepte esta decision,ella estaba en su derecho de tomarla. Habiamos navegado juntos durante cuarenta y siete años, y yo debido a las secuelas de mi tratamieto, crujia ante cualquier embate y no podia seguir su estela. Nuestras cuatro embarcaciones si la siguieron; cuando sè perdieron en la lotananza senti una fria y terrible soledad. Presiento que mi hundimiento se aproxima. Solamente diviso en mi entorno aves que escudriñan mi dañada estructura , algunas, muy pocas, se acercan y yo intento ser agradable con ellas, No odio a nadie, las máquinas no estamos echas para ello. Deseo a mi excompañera Goleta y sus cuatro embarcaciones lo mejor, que sigan surcando los mares a toda máquina sin que la corrosion u otras contingencias hagan mella en ellos

LA SIRENITA

LA SIRENITA
CARATULA

UNICO,SENSACIONAL

UNICO,SENSACIONAL
GANA CON LOS AÑOS

UN GRUPO QUE ME ENCANTA

UN GRUPO QUE ME ENCANTA
SUS LETRAS ME EMOCIONAN

ASTURIANO

ASTURIANO
NO PODIA SER DE OTRA MANERA

SEÑORA

SEÑORA
LA MAS GRANDE

una voz unica

una voz unica
ROCIO JURADO LA MAS GRANDE

Playas de poniente

Playas de poniente
vista area de las playas

estatua de Don Pelyo

estatua de Don Pelyo
Muelle de Gijon

PLAYA SAN LORENZO HOY

PLAYA SAN LORENZO HOY
Vista de laPlaya

Playa de San Lorenzo

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Vista Playa de noche

ELOGIO AL HORIZONTE

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PUNTE ROMANO

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